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sábado, 21 de noviembre de 2009

Lorenzo y el cegato.



 Lorenzo estaba rojo de ira, no podía dar crédito a las acusativas palabras que aquel francés acababa de pronunciar.
  Lanzó las cartas sobre la mesa poniéndose de pié, al mismo tiempo que hacía caer con estruendo la vieja silla de madera y cáñamo al suelo.
Enseguida, todas las miradas se clavaron en Lorenzo y el francés, de bigote mosquetero y mejillas rojizas que seguía impávido, sentado, con total naturalidad, como si aquello no fuese con él.
 _ Vamos franchute, vamos a arreglar las cosas como los hombres, a mí nadie me llama tramposo… Rugió enfurecido, saliéndole la saliva a salpicones en cada palabra. Dio un fuerte puñetazo sobre la mesa y clavó su mirada a dos palmos de la nariz de Françoise. En aquel momento la sangre le hervía en las venas y era capaz de merendarse al Françoise ese y a todos los que viniesen detrás, sin tan siquiera pestañear.
  El francés se lo miró con tranquilidad, pero serio, muy serio, sin mostrar el más mínimo temor, dominando perfectamente la situación. Se puso en pié con lentitud, sin apartar la vista de los ojos azules de aquel español borracho y tramposo.
  _Como usted prefiera. Dijo el francés carraspeando las erres, mientras situaba su siniestra en forma de jarra, muy cerca del mango de su florete, y con su diestra mostraba la puerta de la taberna._ Siempre después de usted…
  A los pocos segundos se encontraban en  la parte trasera de la taberna “ENGORDA TOROS” de Jerez de la Frontera. El franchute, con su florete que parecía flotar en el aire, lo paró a una pulgada de la nuez de Lorenzo.
  Lorenzo, chorreándole el sudor por la frente, con un tajo en cada brazo y su amor propio por el barrizal, se veía perdido. En un abrir y cerrar de ojos el puto gabacho lo había desarmado, y lo peor de todo era que el cabrón parecía una bailarina… o una maricona… con sus puñeteras poses, aquello ya era recochineo.
  Pero, qué le vamos a hacer, son gajes del oficio, unas veces se salía con más gallardía que otras, al menos, el Tuerto seguro que había tenido tiempo de levantarse las perras gordas que el tabernero guardaba escondidas tras la barra. ¡Seguro que tenían para una semana o dos de ¡viva la virgen!


Autor: Paco.  Blog: Hombre de Vitruvio. http://vitruvio1321.blogspot.com

3 comentarios:

Anónimo dijo...

mm, interesante, tienes puntería, sigue escribiendo..

A.L.Zarapico dijo...

Gracias, se lo haré saber al autor,jordim.

Como te lo digo dijo...

El de la foto es lorenzo? joe con lorenzo.. jajaja xDD

Te sigo ;)

Un abrazo