Aquel verano, hubiera sido cómo los demás. Pero descubrió las campanillas que le traían el dulce sabor.
Acontecía las estivales tardes en que las chicharras nos adormecían con su cántico, previamente a la tan merecida siesta. Después de la comida, y antes de que sucumbiera, por el cansancio de los juegos playeros. Atenta al menor tintinear de las campanillas, y preparada con el saquillo repleto de monedas, espera sentir el tintineo tan esperado.
¡Ahí está, ya llega! Grita con todas sus fuerzas en silencio, la audaz chiquilla.
Sin que nadie la oiga, se escabulle por toda la casa esperando que se pare en su puerta. El chico de los helados, sabe que no tendrá que esperar mucho, hasta que se abra la puerta. Un código secreto que ellos dos sólo saben. La chiquilla de trenzas aparece por la puerta, el jovial muchacho en complicidad con la pequeña le guiña un ojo, ella le responde con una sonrisa, esperando que le ofrezca los sabores del día. ¡Es igual! Cómo siempre: menta y chocolate…
Feliz, marcha a la tan sabrosa siesta. Con sabor a chocolate y menta…
Inspirado en la añoranza de Maais.